Thursday, September 8, 2011

Willem Frederik Hermans: El cuarto oscuro de Damocles

Esta novela tiene la fama de ser la mejor escrita en neerlandés en todos los tiempos, y probablemente lo sea. Suele ponerse a WFH en el “triunvirato” o “tricornio” de tres grandes autores holandeses, pero esa fama es injusta: Gerard Reeve y Harry Mulisch, con todo el respeto que merecen, no sobrevivieron al paso del tiempo del mismo modo que WFH. De todas maneras, inexplicablemente, recién en 2010, con esta novela, fue WFH traducido al castellano. Este milagro tardío debe encararse desde varias perspectivas.

LA TRADUCCIÓN. Entre sus muchas virtudes se cuenta la del estilo, seco, preciso y vigoroso. Bastante de esto se pierde en la traducción, en parte inevitablemente. Una frase concisa y perfecta como De zon scheen droog, toch een mooie dag, que puede traducirse de un modo demasiado literal como “El sol brillaba secamente, sin embargo lindo día” se transforma en “Ahora brillaba el sol, no mucho, pero aun así era agradable” (261), de modo tal que pierde su gracia y su fuerza y se convierte en un mero apéndice decorativo, que podría faltar, más aun, que mejoraría a la novela si faltase; y así, por mantener semánticamente la idea del original, hasta cierto punto, carga a la novela de un lastre novedoso, privándola de la particularidad intensidad de la frase cortada, breve, hilada en modo invisible (es decir, no sintáctico: sin usar las partículas que marquen el seguimiento de las ideas, al mejor estilo Flaubert).
La traductora, que desempeña muy dignamente su labor, sobre todo al principio repone partículas. En la primera página, por ejemplo, se lee: “El maestro fue el primero en reírse, pero, al final, la clase entera se sumó a su risa.” La adversativa “pero” es un obsequio del traductor, que vuelve más claro el sentido (uno de los sentidos) de la frase. El costo es quitarle toda eficacia. Hay que admitir, sin embargo, que a medida que el libro avanza la traductora opta por dejarle al lector la tarea de reponer las conexiones entre las partes de las frases, tal como WFH había hecho. De todos modos, suele agregar palabras, nombres propios (escribe “Henri Osewoudt” donde WFH había preferido el simple Osewoudt) y, más extrañamente, simplifica frases de frío brillo sonoro. Otro ejemplo de la primera página: los raíles de los tranvías, según la traductora, “se van acercando hasta converger”. WFH, sin embargo, abundaba mucho más en esa idea, dejando al mismo tiempo más grabado el espacio físico en la retina del lector –y era un espacio que volvería–: los raíles naar elkaar toe kruipen en over elkaar heen gaan liggen, o sea, “se deslizan el uno sobre el otro y uno sobre el otro quedan en reposo”. La idea, lejanamente, es equivalente. Pero una vez en que WFH usa más palabras de las indispensables para describir una situación, sin duda hay que respetarlo, aunque en la traducción, como en el original, se repitan las palabras o grupos de palabras. Dicho esto, un libro como éste, con toda su aparente sencillez, es dificilísimo de traducir.
LA TRAMA. Atención, en lo que sigue se revelan detalles de la historia. El protagonista del libro es Osewoudt, un hombre joven, rubio, insignificante, lampiño, casado con una prima horrorosamente fea y dueño de una cigarrería, hijo de una mujer que mató a su marido. Se siente enterrado en vida: no estudió, no conoció otras mujeres, no tiene perspectivas de crecimiento profesional. Especialmente, le molesta no haber conocido el heroísmo en tiempos donde era más o menos claro en qué consistiría: oponerse a la ocupación alemana. El grueso de la novela transcurre después de la toma nazi de Holanda, ocurrida en mayo de 1940. (Dicho sea al pasar, la novela abunda en pequeños detalles situados históricamente que resultan en sí atractivos para lectores ajenos a ese mundo: por ejemplo, que las ventanas debían tapiarse por dentro para que de noche no saliera ninguna luz al exterior.) Osewoudt recibe en algún momento un rollo para revelar de parte de alguien que, después se sabrá, es o dice ser miembro de la resistencia holandesa asentada en Inglaterra: un tal Dorbeck, casi tan bajo como Osewoudt y en todos los demás aspectos exactamente igual a él, salvo en que tiene barba. A partir de ahí, con miles de complicaciones intermedias, Osewoudt empieza a trabajar desde las sombras para la resistencia. No titubeará ante nada: asesinar será algo casi cotidiano, así como correr riesgos insensatos. Las mujeres empiezan a encontrarlo atractivo, y él mismo descubre en sí mismo aspectos que antes nunca habría sospechado. Esta efervescencia hiperactiva dura por muchas páginas, más allá de media novela, en la que se suceden aventuras con un tono casi onírico –por lo poco verosímiles que varios de los detalles materiales resultan, por la rapidez con la que se suceden, y por lo poco en serio que los personajes se toman sus destinos y sus vidas–, y luego hay un corte abrupto: Osewoudt es detenido por las autoridades aliadas, que ya están a punto de ganar la guerra, y acusado de colaboracionista. El motivo es claro y preciso: todos los integrantes de la resistencia que se encontraron con él terminaron muertos o detenidos, mientras que él mismo, por algún mecanismo milagroso, siempre terminaba escapando. Se pone el acento en que, si Dorbeck apareciera, su situación quizá se aclararía, pero Dorbeck nunca aparece.
EL MODO DE REPRESENTAR. Varias de las historias que cuenta Osewoudt, por lo demás, resultan ser falsas: sin duda las recordó mal al relatarlas en los interrogatorios. Tal calle por la que se escapó de los nazis, por ejemplo, resulta no existir. La incomodidad más sublime que sufre el lector es evidente: él lo vio huir por esa calle, al leer el relato de esa aventura. ¿Significa eso que Osewoudt no es confiable a ese punto? ¿Y en caso de que no, por qué algo de lo que cuenta será cierto? Ciertos indicios, sin embargo, prueban que no mienten. Pero esa ambigüedad absoluta, esa oscuridad de la trama, es uno de los aciertos más notables de una novela que empieza como un policial negro en germen, o como una novela de aventuras de la resistencia antinazi. La complejidad gnoseológica alcanza esas cimas en gran medida porque nunca se rebaja a analizarse a sí misma. El modo de conocer la realidad, que afecta a Osewoudt mismo y a sus captores (Osewoudt, en algún momento, sin duda reescribe en su cabeza su pasado, y no en la medida natural en que todos lo hacemos, sino llevado a extremos grotescos por las fuerzas de la represión), contamina también a la novela y a su modo de representar la realidad. La fábula no es menos clara e irónica: el hombre que dio su vida por la patria es condenado por traidor a esa misma patria, y no habrá nadie, no ya que lo salve, sino siquiera que le crea su versión de la historia. Porque al final de la novela, ni siquiera el lector le creerá del todo. Y en este modo de desentramar la trama, WFH muestra que, con una escritura atrapante, amena, realista en apariencia, logra sin rastros de artificiosidad algo de lo más central de toda herencia post-kafkeana, como la entendieron Beckett, Gombrowicz, Musil, y no muchos otros. Pero la hazaña de WFH consiste en apropiarse de esta herencia y hacerla funcionar en una obra que, por su forma general, podría hacer creer a varios lectores que se trata de una plácida novela realista del siglo XIX, cuya única “subversión” estaría en el carácter maquiavélico o nietzcheano, según el caso, de varios de sus protagonistas. Pero no se trata de eso: la relación entre el sujeto que vive y en el cual se focaliza la acción, y el objeto narrado, si bien es tersa al principio, se vuelve tormentosa luego. Poco ayuda que la actualidad de lo narrado sea siempre transparente (en la segunda parte, es claro que Osewoudt está preso, que lo interrogan, que se contradice, etcétera). Esta transparencia situacional pone en tela de juicio hasta lo más esencial del pasado. Y si lo pasado es cuestionable de ese modo, lo presente, por mucha transparencia que tenga, está sujeta a las mismas dudas, si no a más. En este punto, el procedimiento es mucho más insidioso, y por ende radical, que él de muchos autores “rebeldes” que ponen de manifiesto, desde la primera oración, su descontento epistemológico frente a los modos tradicionales de la narración. Aquí, por subvertir las reglas desde adentro, se logra un dominio de la realidad general mucho más efectivo, más terrible, más cercano. Por lo demás, en cuanto mímesis de modos de percibir, también el modo en que el libro opera es efectiva, ya que, por falso que sea en el fondo, casi todos creemos en la continuidad de nuestros yoes, en que al menos parte de lo que recordamos es cierto, etcétera. Y ese consenso inicial, parcialmente fraudulento, hace que se acepte el contrato y se caiga en la trampa de un nuevo realismo, violento y brillante. La magia del libro consiste, aparte de en esto, en que es imposible dejar de leerlo. ¿Cuándo fue la última vez que un libro de este espesor conceptual fue tan intrigante? Difícil saberlo. Digamos Dostoievski.

REALPOLITIK. Sembradas en el libro, y coloreando su matriz realista y por entero antirromántica, hay varias frases que le sacan al heroísmo su pátina gloriosa. Hacen falta hombres prácticos, también en la resistencia. ¿De qué me sirve que te dejes quemar el culo con un cigarrillo para no decir nombres?, le pregunta alguien a Osewoudt. Yo necesito alguien que no conozca nombres; si no, aunque te calles, ya no vas a poder sentarte, por tener el culo quemado. El pragmatismo más carnal se mueve en todos lados, también el miedo (a los nombres de Maquiavelo y Nietzsche hay que agregar sin ninguna duda el de Thomas Hobbes), y las “bellas pasiones”, salvo marginalmente, son repelidas. Por eso, quizá, en varias partes la novela se lee como una parodia del típico relato de aventuras, pero una parodia ambigua, nada franca, en la que uno se pregunta incluso, con mal método, aunque quizá sea inevitable ese mal método, por qué lado circula la intencionalidad del autor.
Sobre la intencionalidad, no sabemos nada, salvo que, si WFH quiso escribir una novela fabulosa que abre caminos insondables que no fueron en su momento suficientemente explotados, y que tampoco lo son ahora, lo ha logrado y le ha quedado, aparte, un exceso de poesía en cada página.

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