Wednesday, April 18, 2012

"Los salvajes" de Alejandro Fadel

Fadel es famoso como co-guionista de los films de Trapero, dirigió algunos cortos, y fue también co-director de una obra que tuvo bastante repercusión en Buenos Aires, "El amor, primera parte" (2004). De todos modos, "Los salvajes" puede ser considerada su ópera prima. La premisa es sencilla: un grupo de adolescentes se escapan de un instituto de menores, y tienen que atravesar una zona inhóspita para llegar al lugar de destino. En verdad, esa premisa, que externamente no es falsa, deja afuera todo lo fundamental de la película.



ATENCIÓN: SIGUEN SPOILERS!
"Los salvajes", en realidad, da cuenta de una presencia inquietante que mueve a los personajes de la película. Luego de la proyección del 18 de abril de 2012 en el marco del BAFICI, un desconcertado espectador le preguntó al director si no consideraba que el final de la película, con un giro hacia un tono místico, no hacía peligrar la coherencia del conjunto. El director respondió que, en su opinión, el final no hacía más que poner el foco en el protagonista de la película, Simón, y que nada en la película, salvo quizá el prólogo, era realista. Otro modo de pensarlo es el siguiente: el protagonista, en realidad, no es Simón, ni ninguno de los personajes, sino esa presencia malévola que agita a todos estos jóvenes "salvajes", y que no se encarna del todo en ninguno de ellos. La explicación más verbal aparece en boca de Monzón, el personaje que, pese a su aspecto de bondad, puede llegar a ser el más violento de una banda en la que todos tienen al menos una muerte sobre las espaldas. El abuelo de Monzón, según él mismo cuenta, llegaba a veces como poseído a la casa, y era capaz de romper todo. "Pero no era malo", la abuela explicaba. "Era que le entraba el diablo. Es algo que le puede pasar a cualquiera." Monzón explica que también a él le pasa. No pide perdón; ni siquiera se justifica. Simplemente constata. Esta referencia al diablo explica a la perfección las referencias constantes (a modo de leitmotivs) a gestos religiosos, de los cuales el más visible es el signo de la cruz, a lo largo de la película. Los personajes, asesinos convictos y drogadictos feroces, son profundamente creyentes, en el sentido más pleno de la palabra. Simón, el único que llega al final del viaje, para encontrarse con un hogar arrasado, que él mismo incendió junto con su hermano, es solamente quien más claramente encarna esa presencia malévola. Sólo en esa medida puede ser considerado "el" protagonista. El protagonista verdadero es esa influencia que mueve a los jóvenes tanto por separado como en grupo.




CAUSALIDAD. El film nunca se rebaja a explicar los sucesos por meras cadenas causales, ni mucho menos como consecuencias de pertenencia a determinada clase social. El film no da respiro, no pide perdón, y nunca se pone de rodillas. No busca conseguir la menor simpatía hacia sus personajes. Se inicia en un marco de corte norteamericano: huida de un instituto de menores, con armas a la vista, y periplo por una selva que parece el Far West. Pero ese tono dura poco, y ni siquiera puede decirse que esa parte incurra en el naturalismo (algunas de las muertes en la huida, por ejemplo, parecen más soñadas que sucedidas, y no parecen para nanda crímenes o barbaridades). Ya en este punto la película se anuncia como peculiar: en un marco de criminalidad, droga, asesinatos, bestias salvajes, la cámara se permite unas lentitudes líricas que recuerdan cierto cine de vanguardia, muy elaborado y no concernido de un modo recto con la trama. Lo mismo sucede con los personajes. El protagonista, al principio, claramente parece ser Gaucho, el novio de Grace, la única mujer del grupo, y hermano de Simón. Pero en poco tiempo es asesinado. El foco se desplaza a Demián, demasiado insignificante para adquirir la estatura que permitiría considerarlo protagonista, siquiera temporal, siendo al mismo tiempo indudable que la subtrama que le toca, así como la curva de su personalidad, es la más plana, y tal vez se permite, ella sí, una ligera incursión en el naturalismo. Porque la película tiene del principio hasta el final ese tono indefinido, muy real y a la vez no, cómico y a la vez no, irónico y a la vez otra cosa, que aparece también en la ficción de Kafka o de Roberto Arlt. La cámara se detiene en la deserción de cada uno de los personajes, hasta llegar a Simón, que se inmola en fuego al llegar a destino. Por eso mismo, tal vez no convenga interpretar que el protagonista "real" sea Simón. Es solamente el que llega más lejos en su papel de encarnar un movimiento espiritual de otra índole, y que nunca se rebaja, vale la pena aclarar, a darle cuerpo a demonios de bazar como en "Twin Peaks" de David Lynch.

CONTRA TODO LO PREVISIBLE. La película entonces insinúa una inscripción genérica (western, road movie, película de criminales de corte norteamericano) y lo destroza apenas después de proponerlo. Da a entender que el protagonista es un personaje determinado, y lo mata casi enseguida. En cierto sentido es una road-movie, pero el mismo Gaucho que inicia el largo periplo sabe que el destino final es una casa arrasada por el fuego. "Los salvajes" es una película imprevisible en el mejor de los sentidos, y se permite no darle al espectador, y de ninguna manera, lo que una "legítima" expectativa le permitiría esperarse. Eso es lo casi mágico, o mágico del todo: es una película que va en contra no sólo de lo realista en sentido tradicional y contenidista, sino también contra el realismo en el modo de narrar de la práctica, no sólo argentina, sino de todo el mundo. Y lo hace no a la manera ostentosa de algunos rezagados de la vanguardia, sino con una pericia técnica increíble, y un increíble cuidado por los detalles y el encadenamiento de la historia. Los leit-motivs, por ejemplo, explican y fundamentan el final (o, dicho de otro modo, resaltan la historia subterránea, que en verdad es la principal) en todo momento. Por un lado, la fascinación constante con el fuego, que termina devorando a Simón. La fascinación también con la sangre: Monzón mete el dedo en la herida de un gaucho muerto y mira esa sangre como fascinado. Grace tiene un episodio de horror al observar la sangre que sale de su cuerpo en espesos cuajarones. Hay sangre en todos lados, hasta en el suelo. Lo mismo sucede con los signos religiosos, que no apuntan simplemente, como en una película vulgar, al contraste psicológico entre personajes que son simultáneamente "asesinos" y "buenos católicos", sino al trasfondo indescifrable que mueve, deforma y en última instancia destruye a los salvajes que, bien mirados, somos todos nosotros. (Dicho así, sonaría a que hay un doble fondo de oscuridad hechicera, al modo de Lovecraft, pero aquí no hay nada de esto, pese a la falsa imagen que esta reseña pueda dar.)

ALGUNAS CRÍTICAS
Pese a nunca narrar de más, y a no rebajarse a explicar los sucesos, la película peca de exceso de exhaustividad en un solo punto: el de cerrar del todo los arcos de los personajes principales, los "viajeros". Esto es obviamente necesario con Simón, por ejemplo, pero no lo es tanto con Demián, que padece de insignificancia. En este punto, una película sutilmente polifónica se desmembra, pierde vigor, y hace que el espectador se distraiga. Así también se pierde algo del ritmo y compacidad. Más peligroso es que esta prolijidad sobre las historias individuales atenta contra el núcleo de misterio de la película. Por volver de nuevo a la historia de Demián, posiblemente la más floja, el asesinato evitable y estúpido que él comete, y que ni siquiera es intenso, parece casi una concesión al realismo tradicional. Es como un residuo de otra manera de hacer cine, más explicativa, más "satisfactoria" en el peor sentido. Lo mismo puede decirse de algunos regodeos con la descripción materialista del paisaje, que en ocasiones se vuelven un tanto estáticos, y no sólo pierden relación con el conjunto, sino que en sí mismos sugieren poco y nada. Por esto yo diría, no que la película es muy larga (crítica que escuché en boca de muchos), porque podría detenerse todavía mucho más en las historias de Monzón, Simón o Grace, sino demasiado sistemática en un aspecto (el de cerrar arcos de personajes), algo que, eso sí, parece sobrante, sobrecarga al conjunto, y lo hace parecer tal vez demasiado largo, cosa que en realidad no es.

POLÍTICAMENTE INCORRECTO. Suele decirse que moralidad y estética no tienen nada en común, y esto a su modo es cierto aunque, en realidad, cuando se analiza una obra de arte la moralidad, entendida como provincia del fenómeno estético, sí es fundamental. Considerar que una película es "inmoral" porque en ella se le pega a los niños, por ejemplo, claramente es una estupidez. Pero no lo es considerar a las novelas de Sade, Bataille o Sacher-Masoch profundamente morales. El cine, por lo demás, suele apostar a una moralidad trivial: gente que trabaja, se esfuerza, tiene éxitos ligados a ese esfuerzo, gente que es buena, o al menos justificable, gente que evoluciona gracias a lo que le sucede durante el desarrollo de la trama. Fadel no sucumbe a ninguno de estos facilismos. Sus personajes no son ni buenos ni malos; están por encima, o al costado, de esas categorías. Tienen pasión, simplemente. Esto se extiende a todos los ámbitos. Al ver la película, por ejemplo, el espectador tiene la sensación, probablemente falsa en términos históricos (pero no en tanto experiencia de recepción) de que se han dañado o matado a un gran número de animales durante el rodaje. Dado lo malvado o salvaje de las locaciones, esto contribuye con el efecto de inquietud. Los protagonistas son chicos pobres, drogadictos, asesinos. Son de clase social baja, todos. Tienen poca camaradería o apego uno por otro. No tienen problema en mutilar la mano que les ha dado de comer, y no la que lo ha hecho despreciativamente, como la de un gran señor, sino la mano generosa a secas. No hay uno solo que encaje en la categoría de personaje noble, y esto, podría decirse, alimenta cierto tipo de prejuicio social. Pero también en este punto la película es revulsiva, de un modo semejante al de los escritos de Lamborghini (basta con recordar "El Fiord" o "El niño proletario"). Y este prescindir de cualquier trivialidad moral le da a la película otro subfondo de inexplicabilidad. También la trama es políticamente incorrecta, al pulular en ella "falsos" protagonistas que luego desaparecen, "falsos" finales, etcétera.

PRODUCCIÓN Y FINAL. Al nivel de producción, la película no tiene parangón en Argentina. El sonido es especialmente asombroso: tiene una calidad descomunal, y puede competir con el de filmes no sólo de nuestro país, sino de cualquiera que se tome en cuenta. Y este cuidado obsesivo en los "detalles" le da a la película la fuerza que necesitaba para demostrar que una historia tan dura, tan motivada por causas profundas que a primera vista son invisibles, tan distinta de los cánones, en realidad rompe los moldes simplemente porque se lo propone. Dicho burdamente: es obvio en cualquier momento dado que el director no se sale de la norma por descuido o desconocimiento sino, al contrario, porque la conoce perfecto, algo que le permite violentarla a gusto. En un film de este tipo, una confianza así es indispensable. Y la consecuencia es la esperada: el espectador tiene fe en el director y se deja guiar por él en el camino de lo desconocido, algo que de ningún modo hubiera pasado de haber caído en manos menos diestras, y esa destreza se ve, en primer término, en los "detalles" (y gracias a lo bien logrado de los detalles encuentra la destreza en el conjunto de la película, donde es más invisible y sofisticada). El resultado es una película que, con algo de suerte, hará escuela en Argentina. Si eso pasara, tendríamos en algunos años un cine no colonial, ni estadounidense ni europeo, e infinitamente superior al actual. Junto con "La ciénaga" de Lucrecia Martel, "Los salvajes" es una de esas películas que inaugura géneros y abre caminos para todos los que vengan después.